Un ángel se acerca a la beldad oscura
y adivina en su rostro cortinas de seda;
no aprecia el rojo que la negrura esconde,
sólo el tacto guía sus labios con aplomo.
En recto movimiento se acerca y los resbala,
en círculos de negro los calma y los sosiega;
seguro circunvala por cuello y por veredas
que llevan a la espalda las manos abrazadas,
cayendo por su peso en vertical ternura,
sinuosas las caderas a ellas se afianzan;
de allí ya no se mueven, ni labios se separan,
los rojos con los rojos, los rosas con los rosas.
Ángel Hernández Segura
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