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Fotografía: Á Hernández Segura |
LA VIDA MUERTA
La vida está llena de horas muertas.
En realidad, es escaso el tiempo que nos queda;
todos los hechos trascendentes
están llenos de esperas,
de sueño, de gestos que se pierden,
de inútiles fronteras.
Oímos, miramos, presentimos
y callamos tantas veces
que se tuerce la vida en un bucle inconsecuente.
Se repiten el sol, la lluvia, el viento,
el mar en su bramido de socorro,
el azul y el gris de un mismo cielo
para crear en su insistencia la ocasión
de convertir en hechos el letargo,
la pausa en movimiento, el lamento en risa
y en beso el tímido esbozo de unos labios.
Insisten los recuerdos negándose a perecer
en un ocaso de rojos inermes,
de brasas extintas, de arenas estériles.
A veces, cuando faltan las fuerzas,
engendra locura la duda;
cuando siguen cerradas las puertas,
cuando brazos y piernas están en igual dirección
apuntando rendidas al suelo,
cuando –aun siendo sólo dos palabras-
nadie pronuncia un “te quiero”.
Ángel Hernández Segura