SU BLANCA ESTELA
Apagó la luz, abandonó
la estancia
y cerró la puerta tras de
sí
-quise gritar-, se fue -quise
morir-,
renegué de mis dioses de
bronce,
prendió al instante el
fuego de su ausencia,
se inició el contador de
mi tristeza
y ambulo perdido desde
entonces.
Que nadie la busque, que
nadie intente
cobrar vida de cenizas
dispersas,
se consumió el brillo errante
de su estrella.
El universo, como
siempre sucede,
engulló la materia, se
tornó recuerdo leve
y desapareció para
siempre su blanca estela.
Ángel Hernández Segura