Fotografía: Ángel Hernández segura |
Y de repente… mueres.
Hundes tus esencias en la piedra,
tu brillo se matiza y serpenteas
en un imperio oscuro, en un espacio inerte.
Hieren mi descanso,
clavados en mi costado, los pliegues de las sábanas;
prenden fuego en mis ojos las primeras luces,
mi brazo izquierdo desparrama tu ausencia
y una mirada fija –que conoce la respuesta- pregunta por ti.
De nuevo un café frio quemando mis labios,
las tardes de tedio, las noches de insomnio,
los porqués de por qué un teléfono dejó de sonar.
Se me antoja imposible rebasar una frontera
de estacas verticales vallada de recuerdos,
pues hieren los espinos de los instantes rojos.
La olvidarás, me digo sin convencimiento,
como mucho sufrirás las punzadas
de las evocaciones involuntarias e inevitables,
pero nunca imaginarás confundir su nombre tantas veces
y ver entre otras sombras –equivocado siempre-
una sombra furtiva que antaño fuera suya.