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Fotografía: Ángel Hernández Segura |
Maldita
la hora en que yo te quería
y tú no
sabías del amor apenas.
Corría
por tus venas sangre de chiquilla,
el día
era luz, la noche verbena.
No
calaron hondo, malditos los besos
de
aquellos veranos, las horas de siesta,
todo
cuanto hubo sin ser suficiente,
los
incumplimientos de nuestras promesas.
Lucían
tus caderas tejano ceñido
-no
llores ahora, no vale la pena-
en el
bolsillo de atrás enfundaba mis dedos,
sonreía
la calle a nuestra inocencia.
Mi mano,
tus manos, mis labios, tu risa,
-verdad
o mentira, maldita torpeza-
mis
pasos, tu paso, los soles tan cortos,
queda
un alma sola, un alma se aleja.
El agua
dragó un cauce muy hondo,
-maldita
la lluvia que cayó con fuerza-
arrastró
los posos, dispersó los lodos,
cambió
los paisajes de nuestra certeza.
Ángel Hernández Segura
Muy buena la estrofa final en la que se justifica el contenido del poema.
ResponderEliminarTriste, pero impresionante.
Siempre te diré lo mismo: “¿Para cuándo ese libro?
comme Marisu
ResponderEliminarj'attends de voir ton livre en librairie