Fotografia: Ángel Hernández Segura |
ESCRIBES
Puentes colgantes de hilo, de hierro,
cadenas de voces que viajan,
palabras de otros que pasan, se alejan.
Un colapso a las ocho, a las trece,
a las veinte; se puebla el asfalto,
se crecen las prisas, las casas se abren y cierran,
los gases asfixian.
Apostado en la ventana de los ojos
acontece la vida y envejecen los otros
mientras resides en una mirada inerte,
en una memoria viajera, en una espera
que se resquebraja lentamente.
Los recuerdos no saben de edades
y nada se cuestionarían si no fuera
por la pertinaz insistencia de unas piernas doloridas
y la creciente dificultad para frotar la espalda bajo la ducha.
Los escalones aconsejan prudencia
y saltar los charcos requiere
una nueva calibración de agilidad y fuerza.
Envejecen los otros; tu espíritu habita en otros lugares,
buscas la soledad de vivir en las afueras,
un lugar donde los caminos se cruzan,
un lugar donde nadie se encuentra.
Sin consciencia de ello te remites al ocaso,
te acorazas de sueños, te conformas con menos.
Envejecen los otros –qué triste para ellos- pero
adelantan tus pasos esos que venían de lejos.
Vives expectante, convencido de que algo
sucederá hoy, mañana… otro día.
Crecer, ser adolescente, adulto…
una meta de estudios, de trabajo,
una pareja, una familia, hijos… nietos.
La salud resiste, tus fuerzas no te hacen sospechar;
envejecen los otros –qué triste para ellos-
sigue pareciendo ajeno un próximo declive.
… y de repente mueres, mueres… mueres.
Ángel Hernández Segura
Gran poema y gran tristeza la que me ha producido. Cuídate, poeta.
ResponderEliminar****************************
ResponderEliminarYa es hora de que vuelvas a escribir, poeta. ***+*
ResponderEliminar