Fotografía: Á. Hernández Segura |
A la sombra de un pino
me llevé su ternura,
dejando colgadas
mi camisa y la suya.
Los torsos al viento,
cosquillas en la espalda,
llegaron mis manos
por entre sus faldas,
y no siendo ella menos
liberó mi cintura
de tanto tormento,
descorrió la cortina
de mi sufrimiento,
tomó entre sus dedos
un jinete erguido
y de aquel amor
que nació de la nada,
fueron los testigos
esos pinos viejos
de copas sesgadas.
Ángel Hernández Segura
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